DOCTRINA

El sentido del horizonte igualitario de la política

Laura Mora Cabello de Alba
Por Laura Mora Cabello de Alba 7 julio, 2018

Sumario: I.- La mala verdad del poder II.- Dar por perdido es una doble pérdida III.- Vivir igual de bien

I.- La mala verdad del poder

“La manera como se presentan las cosas no es la manera como son;
y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría”
Karl Marx, a los doscientos años de su nacimiento

No hay que tener mucha imaginación ni erudición alguna para reconocer la mala verdad del poder, para saber cómo puede ser nuestra vida recortada, cercenada de efectivos derechos sociales, sin un Estado que mire por la suerte de todos y todas cuando los diferentes gobiernos liberales –porque ya no se les puede llamar socialdemócratas-, lo están debilitando en su acepción de social.
Ni es difícil pensar en cómo nos quedaremos la gran mayoría de la gente que vivimos de nuestro trabajo asalariado, si a la falta precisamente de éste, le unimos unos servicios públicos demediados.

Habitamos países donde la educación, la sanidad, entre otros servicios públicos esenciales para la convivencia digna y pacífica, son golpeadas en favor de lo privado. Donde se han inventado un tercer género, el servicio concertado, que la mayoría ciudadana subvenciona a favor de los menos que tienen dinero y que se justifica en las cabezas de la clase trabajadora con la ladina promesa de que ellos también podrán ir a colegios y hospitales donde no vayan los verdaderos pobres y así puedan soñar con ser clase media. Pero lo público no se vende, lo público se defiende y, por suerte, mucha gente lucha por compensar los desaguisados del poder económico y político con su trabajo diario y con su compromiso de educar, de curar, de hacer justicia, de transportar a la gente, de informar, de limpiar las calles, de intentar proteger y cuidar a quienes lo necesitan. ¿Qué cosas puede haber más importantes que ésas para nuestra vida? ¿Por qué los poderosos no ceden y siguen avanzando en la destrucción de lo pacíficamente humano, del planeta? (1)

Cuando desde perspectivas progresistas, se alude en el hacer político a un horizonte igualitario, ¿qué es lo que se quiere decir? Habría que preguntarle a cada quien, a cada grupo o colectivo, pero a mucha gente nos guía la idea marxista, que se ha hecho cultura dentro de la verdadera izquierda política, de que el paradigma de igualdad social supone una meta, un lugar que alcanzar de manera progresiva –y, a ser posible, pacífica- en el que se reparta la riqueza existente y todas las personas puedan vivir dignamente de su trabajo.

Sin embargo, el paradigma jurídico de la igualdad mediado desde el poder, aplicado a lo social o a cualquier otra faceta de nuestras democracias modernas, es una invención contrahecha respecto del horizonte igualitario marxista. Así, la igualdad individualista es un principio prefabricado, precisamente porque no tiene sustento en la realidad, pero se tiene en la modernidad como supuesto común denominador de todo ser humano para lograr una base de justicia (2). La igualdad como principio jurídico moderno, si bien se ha construido desde la individualidad, es realmente un principio relacional. Es decir, la lengua corriente nos indica que, cuando decimos que algo es igual, necesitamos un término de relación o de comparación para poder entender precisamente el sentido de dicha aseveración. Y ese segundo término en relación es el que las mismas democracias igualitarias han conseguido borrar del mapa, dando entonces por sentado el segundo término de la comparación. Eso debe ser el pensamiento único. Se puede hablar de un horizonte de sentido igualitario, como se ha adelantado, sostenido en el disfrute del buen vivir y la justicia social, pero ¿es ese horizonte el que han manejado y manejan nuestras democracias ahora ya en profunda crisis? Seguramente no y eso es obviamente parte de su crisis de legitimidad, de su descalabro político.

Hace ya tiempo, en 1987, la filósofa Luce Irigaray desveló el fraude de la igualdad en relación a las mujeres, lo que es perfectamente extrapolable al prisma que nos ocupa, haciendo una simple pregunta: “¿Iguales que quién?”(3) . Y resulta que cuando le preguntamos a nuestra democracia cuál es el parámetro social de comparación para la igualdad, aparece un canon con cara de varón, capitalista, propietario, consumista, heterosexual, occidental, sano, independiente (4) … Una medida que es inalcanzable por imposible y falaz y, por supuesto, un canon profundamente indeseable como horizonte para muchos y muchas de nosotras. Pero es un modelo, el de la democracia igualitaria, que ha convencido durante bastante tiempo a la mayoría de la gente, adulando a la población diciéndoles que eran lo que no eran, es decir, no eran clase trabajadora y podían vivir y consumir a demanda, estar de parte del poder. Lo que Vincent Navarro nombró con mucho acierto como socialdemocracias sin clase trabajadora. Por lo que el manufacturado principio de igualdad en relación al canon del poder ha servido como horizonte de sentido para el Estado del bienestar durante mucho tiempo. Sin embargo, con la crisis del propio sistema patriarcal capitalista, el espejismo se ha acabado en favor de un proceso de acumulación capitalista sin precedentes. Nunca hubo tanta riqueza en manos de tan pocos.

De este modo, en un pasaje casi de postergación de una realidad amortiguada en pos de un futuro horizonte mejor, gran parte de la clase trabajadora y de sus representantes ha asumido el principio impostor de la igualdad individualista como horizonte propio de sentido redistributivo. Al estilo de luchar por la vertiente formal de un derecho en la consciencia de que la vertiente material vendrá después, en una segunda etapa. En mi opinión no es una cuestión de escalones, de etapas a superar, por la sencilla razón de que no se trata de lo mismo. La igualdad relacional y redistributiva no es la evolución del principio de igualdad individualista. Ni mucho menos. Precisamente, una política construida en un proceso de igualación de cada ser singular al canon del poder no solo no lleva a repartir la riqueza sino a poner precisamente el régimen del poder como horizonte de sentido y a usurpar la capacidad de poder imaginar y hasta desear otro orden de convivencia. Una mala verdad. Lo que es absurdo, además de un error de epistemología y un fracaso de civilización, porque el poder nunca se cederá a sí mismo o capitulará en favor de lo otro ajeno a él. Y es que “las herramientas del amo, nunca desmontan la casa del amo” (5).

En definitiva, qué sea el horizonte igualitario de la política no podemos darlo por supuesto, por conocido, utilizando las palabras en un eterno y consabido discurso que se agota en sí mismo y que confunde a la misma palabra dependiendo del sentido político con el que se pronuncie. Toca entonces resignificar el horizonte en este momento de cambio civilizatorio para que la propia lucha de resistencia y de construcción tenga sentido (6).

 

II.- Dar por perdido es una doble pérdida

Para resistir, conservar y construir lo nuevo necesario, dirigirnos hacia un horizonte de sentido que es el límite donde se junta el cielo y la tierra, lo real y lo porvenir, la contingencia de cada día y la posibilidad, se necesita mucha política. Siendo política todo lo que hacemos en relación para evitar la violencia (7) . Una política que es antigua y nueva y que tiene su lugar natural en el terreno de lo simbólico, siendo lo simbólico el sentido libre de la vida y de las relaciones. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que la política está al servicio del sentido libre de lo que está vivo. Y crea orden simbólico, es decir, hace orden de vida poniendo palabras y, por tanto, desvelando la realidad. Y así, lo que no tiene representación o sentido libre, porque no tiene palabras, no existe. O, precisamente, poniendo palabras que no son las adecuadas se puede de forma inoportuna estar dando carta de naturaleza a cosas que no son. Por ejemplo, cuando se grita en España que ya no tenemos servicios públicos sanitarios y educativos de calidad. Es nombrar una realidad a media verdad aunque es posible en el futuro si no luchamos, haciendo un tránsito político simbólico hacia su asunción. Por mucho que nos manifestemos, gritemos en contra y suframos una durísima impotencia. Es una operación política que quizás se mueve en la jaula del poder, que acompaña hacia una resistencia resignada, que tampoco es poco. Sin embargo, supone ceder en el terreno del orden simbólico, que consiente un lugar a la destrucción. Y eso es muy grave. Porque esa cesión simbólica conlleva una doble pérdida: la real pero parcial pérdida de servicio público, ya que es mucho más lo que queda que lo que está siendo destruido (eso lo sabemos bien cualquier persona que lo hayamos necesitado o cualquiera que venga de fuera de Europa); y la pérdida de la posibilidad de ir más allá, manteniendo y construyendo alternativas, porque la distancia entre lo que se puede y lo que se quiere se convierte en un abismo cuando se acepta el todo, que es la destrucción, y se abandona la parte, que es lo mucho que todavía existe con sentido. En ese tránsito, se desperdicia la oportunidad de hacer política de lo simbólico o, lo que es lo mismo, hacer política que nombre la realidad, ofreciendo territorio de experiencia a los deseos y al dibujo de un horizonte mejor.

Así, muchas personas se encuentran defendiendo a capa y espada -pero sin capa y sin espada- un modelo de educación y de sanidad que deja mucho que desear. Esa paradoja ofrece un trabajo político inmenso si se reconoce y no se tira la oportunidad por la borda del “lo están destruyendo todo”. Y si se consigue encajar el miedo de pensar que podemos estar facilitando argumentos de destrucción al poder o que se están abriendo fisuras en la defensa a ultranza de lo público. Otra vez, los absolutos como obstáculo a la política. Nos guía, como es bastante sensato viviendo en nuestra corta democracia, la clara consciencia del valor de unos servicios públicos convertidos casi en un modelo universal, para todo el mundo. La propuesta es atreverse además a nombrar y a pensar, dentro de una lucha que defiende la educación o la sanidad como universales y de forma no excluyente, es decir, más allá del orden de la dialéctica del poder, otros modelos diferentes al canon socialdemócrata. Es una cuestión de orden simbólico imprescindible: salir del binario a favor o en contra, que tanto favorece al poder, y poder defender sin temor el alcance de unos derechos universales, repensándolos desde su esencia. Repensar la esencia sin cuestionar su propia existencia es hacer política de lo simbólico que convierta en “impensable” la posibilidad de no tener escuela, hospitales o servicios de recogida de basura, como impensable es el canibalismo en nuestra cultura.

  • III. – Vivir igual de bien
  • “Es absurdo creer que este proceso será rápido y fácil.
    No creer que sea posible es suicida”
    Audre Lorde (8)

Afortunadamente, es fácil imaginar una alternativa a tanto quebranto de civilización. Me resulta bien pensable un Estado que no sea una abstracción sino la verdadera relación política entre mujeres y hombres de un espacio físico manejable y global a la vez, que sitúe al ser humano en el centro de la convivencia y el cuidado del planeta en el centro del desarrollo; donde la democracia signifique exactamente lo que es, es decir, donde los pueblos actúen y se comprometan con su buena vida a través de instrumentos políticos saneados y nuevos; en el que la política en primera persona sea la base y su expresión en un colectivo que no aplaste la singularidad, ni tenga vocación sólo de representar sino de proyectar una voz común; donde el bienestar y la felicidad de la ciudadanía sean presente y para eso se reparta el mucho trabajo que realmente se necesita y se siga protegiendo a quien no pueda trabajar; donde se recupere el tiempo de vivir, se procure salud y cultura y donde las mujeres sean la otra mitad de la humanidad. Un orden de vida donde todo el mundo viva igual de bien en términos del valor profundo que se otorgue a la vida como centro del desarrollo de los pueblos.

¿Eso cabe en la decadencia del sistema patriarcal capitalista? Claro que cabe, porque este sistema no lo ocupa todo y, menos aún, en pleno proceso de autodestrucción. Vamos construyendo dentro, en los márgenes, en las casas, en la plaza pública, en clase y en el centro de salud, pero tenemos que hacerlo sabiendo qué queremos conservar de lo existente, como los sistemas de protección social y los servicios públicos esenciales, y qué queremos mejorar e inventar.

Y, además, tenemos que hacerlo disponiendo libremente de toda nuestra fuerza (9). ¿Estamos haciendo política disponiendo libremente de toda nuestra fuerza? Luchar a capa y espada pero sin capa y espada es un ejercicio de malabarismo propio del verdadero progreso de un pueblo. Creo que se puede afirmar que, para quienes creemos en un mundo más justo, existe una conciencia común de que la lucha por ese mundo mejor, sea cual sea el modo de lucha, tiene que ser pacífica. El uso de la violencia se plantea como un límite infranqueable a la hora de hacer verdadera política (10). ¿Y en esa renuncia, claro símbolo de una ganancia de civilización, no se estará yendo parte de la fuerza que tenemos disponible para luchar? Puede ser que esa grata renuncia simbólica, si se acompaña del “dar todo por perdido”, lleve a la impotencia y a la desesperación, porque en realidad se inscribe en la dialéctica de los absolutos del poder: tú eres violento, nosotros no lo somos; tú quieres destruir todo, nosotros queremos salvaguardarlo todo; tú mientes, nosotros decimos toda la verdad. Una partida de ping-pong donde, en algunas ocasiones, puede que se juegue hasta sin pelota. Porque enfrentarse sin más a la “banalidad del mal” es absurdo, resulta también banal (11). Cuántas veces en estos tiempos, nos empeñamos en desentrañar la lógica del poder, sus modus operandi, en tener una interlocución válida. Es pedir peras al olmo. El poder está en decadencia y se alimenta de sinsentido. Y de nuestra contra-réplica, porque se convierte en hastío profundo para quienes replicamos. Es decir, en ausencia de verdadera capacidad política. Por eso, resulta imprescindible salir de ese orden de re-acción política binaria, lo que realmente libera mucha energía (12), e ir construyendo y reconociendo orden político autónomo, más allá de la lucha de opuestos, pero que realmente plante cara a la destrucción y a la construcción, permitiendo que mujeres y hombres, de forma libre, agradable y simbólicamente autónoma, pongamos en marcha todas nuestras fuerzas, que son muchas.

Laura Mora Cabello de Alba
Profesora de derecho del trabajo y de la seguridad social
de la Universidad de Castilla-La Mancha

 

  1. Para profundizar Yayo Herrero, “Reflexiones ecofeministas para habitar un planeta con límites”, en Revista de Derecho Social, nº 61, 2013.
  2. Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel, disponible en: http://www.nodo50.org/herstory/textos/Escupamos%20sobre%20Hegel.pdf
  3. Égale à qui?”, Critique, 43, pág. 420-437.
  4. Para saber más, María-Milagros Rivera Garretas, El fraude de la igualdad, Planeta, Barcelona, 1997.
  5. En La hermana, la extranjera, horas y HORAS, Madrid, 2003, p.115.
  6. En este sentido, Laura Mora Cabello de Alba, “Un cambio de civilización: el trabajo de las mujeres como palanca”, en Revista de Derecho Social, nº 61, 2013.
  7. María-Milagros Rivera Garretas, La diferencia sexual en la historia, Publicaciones de la Universidad de Valencia, Valencia, 2008, p. 163.
  8. En La hermana, la extranjera, op. cit.
  9. La idea es de Luisa Muraro, Dio è violent, Gransasso Nottetempo, Roma, 2012.
  10. Una ganancia reciente y anclada en la política de las mujeres. En 1938, por ejemplo, poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Virginia Woolf escribió su ensayo Tres Guineas (Lumen, 2013), en el que responde a la carta de un “hombre culto” que le demanda acerca de la manera de evitar la guerra. Como antes de la Primera Guerra, lo había hecho Rosa Luxemburgo enfrentándose a sus propios compañeros de partido, y Edith Stein, y Simone Weil, y tantas otras mujeres a las que siempre ha repugnado la guerra y han intentado cuidar la paz. Decía María Zambrano que “la paz es mucho más que una toma de postura: es una auténtica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona”.
  11. Hanna Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Lumen, 2003. En este sentido, la excelente película “Hanna Arendt” de Margarethe von Trotta (2013).
  12. Comparto con María- Milagros Rivera Garretas que “la política del sentido, la que hace orden simbólico, en la más agradable y eficaz que hay. Además, evita que uno o una haga muy bien las cosas equivocadas”. En su presentación del Seminario de primavera de Duoda, titulado “La política de las nuevas madres”, en Barcelona, el 11 de mayo de 2013.