Poemas de Pablo Neruda

LCL Nro. 71

-Poemas de Pablo Neruda

Promulgación de la ley del embudo

Ellos se declararon patriotas.
 En los clubs se condecoraron
 y fueron escribiendo la historia.
 Los Parlamentos se llenaron
 de pompa, se repartieron
 después la tierra, la ley,
 las mejores calles, el aire,
 la Universidad, los zapatos.

Su extraordinaria iniciativa
 fue el Estado erigido en esa
 forma, la rígida impostura.
 Lo debatieron, como siempre,
 con solemnidad y banquetes,
 primero en círculos agrícolas,
 con militares y abogados.
 Y al fin llevaron al Congreso
 la Ley suprema, la famosa,
 la respetada, la intocable
 Ley del Embudo.
 Fue aprobada.

Para el rico la buena mesa.

La basura para los pobres.

El dinero para los ricos.

Para los pobres el trabajo.

Para los ricos la casa grande.

El tugurio para los pobres.

El fuero para el gran ladrón.

La cárcel al que roba un pan.

París, París para los señoritos.

El pobre a la mina, al desierto.

El señor Rodríguez de la Crota
 habló en el Senado con voz
 meliflua y elegante.
 “Esta ley, al fin, establece
 la jerarquía obligatoria
 y sobre todo los principios
 de la cristiandad.
 Era
 tan necesaria como el agua.
 Sólo los comunistas, venidos
 del infierno, como se sabe,
 pueden discutir este código
 del Embudo, sabio y severo.
 Pero esta oposición asiática,
 venida del sub-hombre, es sencillo
 refrenarla: a la cárcel todos,
 al campo de concentración,
 así quedaremos sólo
 los caballeros distinguidos
 y los amables yanaconas
 del Partido Radical”.

Estallaron los aplausos
 de los bancos aristocráticos:
 qué elocuencia, qué espiritual,
 qué filósofo, qué lumbrera!
 Y corrió cada uno a llenarse
 los bolsillos en su negocio,
 uno acaparando la leche
 otro estafando en el alambre,
 otro robando en el azúcar
 y todos llamándose a voces
 patriotas, con el monopolio
 del patriotismo, consultado
 también en la Ley del Embudo.



Los abogados del dólar

Infierno americano, pan nuestro
 empapado en veneno, hay otra
 lengua en tu pérfida fogata:
 es el abogado criollo
 de la compañía extranjera.

Es el que remacha los grillos
 de la esclavitud en su patria,
 y desdeñoso se pasea
 con la casta de los gerentes
 mirando con aire supremo
 nuestras banderas harapientas.

Cuando llegan de Nueva York
 las avanzadas imperiales,
 ingenieros, calculadores,
 agrimensores, expertos,
 y miden tierra conquistada,
 estaño, petróleo, bananas,
 nitrato, cobre, manganeso,
 azúcar, hierro, caucho, tierra,
 se adelanta un enano oscuro,
 con una sonrisa amarilla,
 y aconseja, con suavidad,
 a los invasores recientes:

No es necesario pagar tanto
 a estos nativos, sería
 torpe, señores, elevar
 estos salarios. No conviene.
 Estos rotos, estos cholitos
 no sabrían sino embriagarse
 con tanta plata. No, por Dios.
 Son primitivos, poco más
 que bestias, los conozco mucho.
 No vayan a pagarles tanto.

Es adoptado. Le ponen
 librea. Viste de gringo,
 escupe como gringo. Baila
 como gringo, y sube.

Tiene automóvil, whisky, prensa,
 lo eligen juez y diputado
 lo condecoran, es Ministro,
 y es escuchado en el Gobierno.
 Él sabe quién es sobornable.
 Él sabe quién es sobornado.
 Él lame, unta, condecora,
 halaga, sonríe, amenaza.
 Y así vacían por los puertos
 las repúblicas desangradas.

Dónde habita, preguntaréis,
 este virus, este abogado,
 este fermento del detritus,
 este duro piojo sanguíneo,
 engordado con nuestra sangre?
 Habita las bajas regiones
 ecuatoriales, el Brasil,
 pero también es su morada
 el cinturón central de América.

Lo encontraréis en la escarpada
 altura de Chuquicamata.
 Donde huele riqueza sube
 los montes, cruza los abismos,
 con las recetas de su código
 para robar la tierra nuestra.
 Lo hallaréis en Puerto Limón,
 en Ciudad Trujillo, en Iquique,
 en Caracas, en Maracaibo,
 en Antofagasta, en Honduras,
 encarcelando a nuestro hermano,
 acusando a su compatriota,
 despojando peones, abriendo
 puertas de jueces y hacendados,
 comprando prensa, dirigiendo
 la policía, el palo, el rifle
 contra su familia olvidada.

Pavoneándose, vestido
 de smoking, en las recepciones,
 inaugurando monumentos
 con esta frase: Señores,
 la Patria antes que la vida,
 es nuestra madre, es nuestro suelo,
 defendamos el orden, hagamos
 nuevos presidios, otras cárceles.

Y muere glorioso, “el patriota”
 senador, patricio, eminente,
 condecorado por el Papa,
 ilustre, próspero, temido,
 mientras la trágica ralea
 de nuestros muertos, los que hundieron
 la mano en el cobre, arañaron
 la tierra profunda y severa,
 mueren golpeados y olvidados,
 apresuradamente puestos
 en sus cajones funerales:
 un nombre, un número en la cruz
 que el viento sacude, matando
 hasta la cifra de los héroes.



El pueblo victorioso

Está mi corazón en esta lucha.
 Mi pueblo vencerá. Todos los pueblos
 vencerán , uno a uno.
 Estos dolores
 se exprimirán como pañuelos hasta
 estrujar tantas lágrimas vertidas
 en socavones del desierto, en tumbas,
 en escalones del martirio humano.
 Pero está cerca el tiempo victorioso.
 Que sirva el odio para que no tiemblen
 las manos del castigo,
 que la hora
 llegue a su horario en el instante puro,
 y el pueblo llene las calles vacías
 con sus frescas y firmes dimensiones.

Aquí está mi ternura para entonces.
 La conocéis. No tengo otra bandera.

*Poemas de "Canto General", libro publicado en la década del '50 en toda América.